En Sierra Blanca, Texas, justo después del puesto de control de la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos, el amplio espacio abierto del bello y hostil paisaje del desierto chihuahuense del oeste de Texas cuelga enmarcado como un cuadro en la pared de uno de los muchos edificios abandonados de un pueblo que en los años 90 fue designado como vertedero de lodos y depósito de residuos radiactivos.
Este es un retrato de mi hermano, Alejandro, que tiene epilepsia. La cicatriz es de una cirugía de resección focal del cerebro, que ayudó a reducir sus convulsiones, pero también lo dejó con problemas de visión. Su relación con la enfermedad neurológica ha evolucionado a lo largo de las décadas. Ser testigo de cómo el terror y el resentimiento que lo dominaban cuando era niño se transformaban en aceptación y sanación en la edad adulta me hace sentir muy orgullosa de ser su hermana. Hay fortaleza, amor, esperanza y liberación en su valiente enfoque hacia una realidad difícil.
Esta falda de china poblana fue confeccionada a mano por mi bisabuela Sara Olivas Simón (1904-2007) en la década de los 60. Cuando un día la puso a la venta, mi Abue Brisa la compró a escondidas y la conservó hasta que llegó a mis manos. Poder usarla 60 años después me llena de amor y orgullo por formar parte de la hebra de mujeres que crean, resguardan y preservan nuestra cultura.
Los ocotillos salpican las montañas Franklin en El Paso, Texas. La flora del desierto y la vida humana en el desierto a menudo se reflejan mutuamente en sus adaptaciones a las condiciones hostiles. Somos agudos y protectores, la resiliencia en flor.
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